Hace falta tener una carrera profesional y llegar a una edad para poder hacer un espectáculo como este, pero en contraposición el tiempo pasa factura, la voz merma. Victor tiene en esto dos ventajas: nunca tuvo muchas cualidades como cantante y las canciones son suyas, de esta forma, con una pequeña adaptación casi ni se nota y Victor al final llega, unas veces cantando y otras contando.
Son muchas canciones y hay de todo. Se puede pensar que hubiera sido un excelente compositor si hubiera compuesto menos para si mismo y más para cantantes con más cualidades.
Allí estábamos, la noche del estreno, llenando el Coliseum, la mitad asturianos, la mitad rojos, la mitad amigos, la mitad nostálgicos... A veces, oyendo a Victor, daba la impresión de que al salir del teatro te ibas a encontrar con los grises en la Gran Vía, como cuando soñabas que te faltaba una asignatura para terminar la carrera.
¡Hay que ver lo que sufrió este hombre con la censura! Por eso reclama la Ley de Memoria Histórica, para poder decirles cuatro cosas a los que le censuraban. Uno no puede evitar pensar que ya estarán jubilados pero que igual, alguno de aquellos, había estado repartiendo subvenciones en el Ministerio de Cultura hasta hace poco: "una pa ti, una pa mi, una pa ti, una pa mi..."
Los fios bien, gracies. Uno al piano y un amigo a la guitarra, acompañan a su padre y no lo hacen mal.
Al final nos vamos a casa con un regusto de tiempos pasados y también, y en esto coincido plenamente con Victor, con una duda que no podemos quitarnos del alma:
¿A dónde irán los besos que no damos?